viernes, 18 de febrero de 2011

Él vuelve a mi vida...Por desgracia


-Tranquilo, que si no me comes – sonrió.
-Eso estaría bien…-y me mordió la mejilla.
-¡Au, me haces daño! Tonto…-me miró a los ojos.
-Este tonto te quiere mucho…- y me volvió a besar.
-Pues… -me restregué los ojos con las manos.- yo tengo sueño…
-Ah, una indirecta…Vale, vale, ya me voy.
-¡Eh, espera! Si yo te quiero mucho…-le rodeé el cuello con mis brazos.
-Sí, claro…-intentó deshacerse de mi abrazo. Le apreté más fuerte contra mí.
-No te vas si haberme dado un beso…
Deslizó sus manos por mi cintura. Me dio un escalofrío.
-Me gusta tu pijama…- le di un beso rápido y me escabullí de su abrazo.
-Y a mí que seas tan lento.-me reí.
-Eh, eso no vale…
-En el amor y en la guerra todo vale.-recité si darme cuenta.
Me detuve en seco. Esa frase me la dijo Alberto. Alberto… Me desplomé en el suelo haciendo un gran estruendo.
-¡¡Marina!!-gritó Ángel atemorizado-¡Marina, mírame, respóndeme! ¡Reacciona!
Me posó sobre mi cama cuando Ana entraba asustada. Notaba las manos de Ángel sobre las mías, sentía el latido enloquecido de su corazón. Oía todo lo que sucedía a mí alrededor pero, particularmente, las palabras de Ángel.
-Déjala descansar.-dijo Ana.
Yo apreté las manos de Ángel, intentando evitar que se fuera. Él me besó las manos y la frente y salió de mi habitación, dejándome sola. Dormí toda la noche, ni tan siquiera oí el despertador la mañana siguiente.
-Buenos días, Marina-dijo una voz a mi lado.
Abrí los ojos lentamente, era Ángel.
-¿Quieres desayunar?- asentí- comida a domicilio.- Me enseñó una bandeja que había sobre mi mesita de noche.- Espero que te guste.
-Muchas gracias, Ángel.
-¿Quién es un tal Alberto?-di un respingo.
-¿Por qué lo quieres saber?
-Ayer, cuando te desmayaste, después de que se fuera Ana, no parabas de repetir <<lo siento mucho Alberto, lo siento>> y se te escapaban las lágrimas. ¿Quién es?
-No… no te lo puedo decir.
-¿Cómo que no me lo puedes decir? ¡Dímelo!
-¡No! ¡Vete!-le grité entre lágrimas- ¡No te metas más en mi vida!
Él asintió y salió sin decir nada, con la cabeza gacha. Estuve todo el día en casa pensando lo que le había dicho y arrepintiéndome. Tenía ganas de darme cabezazos contra la pared.

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