Puse una mueca de enfado mientras colocaba los brazos en las mangas de la camisa. Iba a abrochar los botones cuando sus manos me lo impidieron.
-Me puedo vestir sola, soy lo bastante mayorcita ya.-gruñí.
-Va, no te enfades. –dijo mientras abrochaba rápidamente los botones que hacía algunos días había desabrochado. Me pasó la falda cuando terminó. Me coloqué los zapatos. Cogió su mochila, que estaba en el suelo, y yo la mía.
-Irene.-dije en la puerta de su habitación.- ¿Vamos?
Como respuesta, ella salió de su habitación con su mochilita a la espalda.
-Vale.-se cogió de una de mis manos, mientras con la otra se aferraba a Ángel.
Fuimos andando hacia el colegio. Se estaban acercando las navidades y, con ellas, el cumpleaños de Elena. En estos días, me había llamado Verónica, diciéndome que se le celebraría una fiesta sorpresa y que yo aparecería por la puerta con el pastel en las manos. Accedí. Tras el año nuevo, el nueve de enero, sería la gran fiesta. Iríamos al apartamento de Verónica, más que un apartamento era una casa, a orillas del mar y con un porche que siempre utilizaban para las ocasiones especiales.
-Yo ya me voy por ahí-Ángel señalaba una calle.- Irene, pórtate bien.-dijo dándole un beso en la mejilla.- Y tú también- dijo antes de darme un beso en los labios. Adiós, chicas.
¿Qué me portara bien? A este chico le había afectado estar tanto tiempo en el hospital conmigo. Andamos ágilmente hacia la puerta (faltaban cinco minutos y había un gran trecho), despedí a Irene y corrí para poder llegar justo antes que el profesor cerrara la puerta.
-Señorita Marina, veo que hoy se le han pegado las sábanas.
-Lo siento, profesor.
Me senté en mi pupitre con agilidad. María me miraba con curiosidad, pero tendría que esperar. Las horas transcurrieron lentamente y los profesores se sucedían en un largo desfilo interminable.
-Y tras esto, estalló la segunda guerra mundial. Así que deberíamos…- estaba diciendo la profesora de historia, mientras yo tomaba notas frenéticamente.
Una bolita de papel impactó en mi cabeza. La recogí del suelo, mientras simulaba coger mi estuche, y la abrí. Era de Ángela, una chica que había venido a visitarme algún día al hospital. <<Dios, como no se calle me muero… ¿Quedamos esta tarde?>>
Me giré y le sonreí, mientras asentía con la cabeza. La profesora seguía hablando y hablando. Justo cuando iba a desesperar, sonó el timbre.
-¡Oh, qué pena! – <<Si, que pena…>> pensé maliciosamente.- Mañana os seguiré explicando este magnífico acontecimiento.
-Dios, no se callaba…-dijo Ángela acercándose.- Entonces, ¿Qué hacemos esta tarde?
-¿Quieres venir a mi casa y vemos una peli?
Ella accedió y la convencí de que viniera también a comer, así que llamé a Ana para que pusiera un plato más en la mesa. Juntas recogimos a Irene y nos dirigimos a casa.
Y así se sucedió el día, entre risitas y empujones. Más tarde ella volvió a su casa, su madre reclamaba ya su presencia.
En cuanto cerró la puerta, subí torpemente las escaleras y llamé a la puerta de Ángel. Dentro se oía el suave sonido de su guitarra.
-Adelante.
Entré lentamente y con una sonrisita en la boca. Él siguió con la mirada fija en las cuerdas. Tocó melodía dulce y acompasada, mientras levantaba la mirada y se fijaba en mí.
-Es muy bonita… ¿De quién es?
-Mía…-sonrió- Para ti.
-¿Me la estás dedicando?- Asintió, mientras a mí se me empañaban los ojos.
–Me he inspirado en ti, así que en definitiva es tuya.
-¡Oh, gracias!-me abalancé sobre él y lo llené entero a besos.
-Si te pones así, me obligarás a componer más canciones para ti. A ver si así, al final…
-¡No lo digas!- grité.
Él soltó una risita mientras se dejaba caer en la cama en la que estábamos sentados.
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