-Eres tonto…-le dije en un suspiro, a ras de su boca.
Me besó dulcemente, mientras rodeaba con sus brazos mi cintura. Separó dulcemente sus labios de los míos, para acercar su boca a mi nuca, dándome un pequeño mordisco. Me dio un escalofrío. Coloqué mis brazos alrededor de su cuello y aproximé mi boca a la suya, dejando que fuera él quien me besara.
-¿Puedo pasar, Marina?-dijo una vocecita detrás de la puerta.
Me separé inmediatamente de Ángel, al que se le habían subido un poco los colores.
-¡Escóndete!- grité en un murmullo. Se levantó y miró a su alrededor, como diciendo: ¿Dónde?
Me levanté, cogí su mano y le empujé bajo mi enorme cama. Él me besó, tontamente. Un <<Shh>> se escapó de mis labios, entre una enorme y tonta sonrisa. Me senté de nuevo en mi cama.
-Pasa, Irene.- De nuevo la sonrisa tonta, al pensar que Ángel y yo parecíamos amantes. Él, escondido bajo mi cama y yo aquí, intentando justificar mis actos ante una niña de cuatro años. Impresionante.
-Mamá dice que la cena ya está lista.-dijo mirando de una forma extraña los bajos de mi cama.- ¿Sabes dónde está Ángel? No lo he visto en su habitación.-dijo inocentemente.
-Em…-me puse claramente nerviosa.- No, estará en el baño.
-Gracias, tata.-sonrió.
-Ahora bajo.
Irene salió de mi habitación. Me agaché al lado de mi cama y puse una mano dentro.
-¿Ángel?-dije al no encontrarlo.
De golpe, una mano me arrastró debajo de mi cama, haciendo que no viera nada. Noté unas cálidas manos sobre mi piel.
-¿Tan bien me escondo?- me susurró al oído.
Me apoyé en él, hacía frío allí. Nos pasamos un rato así, bajo mi cama, abrazados.
-Deberíamos salir de aquí, se preocuparán.- le dije.
-Deberíamos, tú lo has dicho.-murmuró a un milímetro de mi boca. Cogió mi cabeza con sus manos y me besó, lentamente. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
-En serio…-dije entre dientes. Al fin, tras un par de minutos, o tal vez segundos allí debajo, conseguí ir a cenar.
La cena transcurrió normal, como cualquier otra. Tal vez un poco más alegre por mi recuperación. Conseguí escabullirme antes de que Ángel terminara y me fui rápidamente a mi habitación. Me quité mis zapatos y mi camiseta, reemplazándola por la camiseta del pijama. Deslicé mis pantalones hacia el suelo, lentamente, para ponerme los otros. Me metí en mi cama, muerta de cansancio, apagué la luz. Y me dormí. A las tres de la mañana un roce en mi piel me despertó.
-Perdona, no pretendía despertarte.-dijo la voz de Ángel en la oscuridad.
-No importa.-dije, aún dormida.
-Bueno, ya te dejo dormir, me voy.
-No, quédate.- Todavía no sé porque dije eso.
Él no respondió. De golpe noté el calor de su cuerpo junto al mío.
-Estás ardiendo- le reproché tocando uno de sus brazos.
-Pues yo tengo frío.-dijo suavemente.- Perdona por haberte despertado, no podía dormir.
-No pasa nada, tranquilo. Anda, ven aquí.-Abrí los brazos, invitándolo a abrazarme. –Creo que tienes fiebre.
-No.
-Sí. Y no me seas cabezota, eh.-puse mis labios sobre su frente y, realmente, estaba ardiendo. Si no tenía más de 38 de fiebre... Noté cómo lentamente su respiración se hacía superficial, hasta quedarse dormido. También mis sentidos se estaban adormeciendo, así que cerré los ojos para entrar en el mundo de los sueños.
-¡Espero que os parezca bonito, chicos!-gritó la voz de una mujer.
Abrí los ojos lentamente. La luz me obligó a cerrarlos y volver a abrirlos. Entonces pude ver a Ana cerca de mi cama, con los brazos cruzados y semblante serio, y a Ángel todavía medio dormido a mi lado, en mi cama, desperezándose.
-¿Me lo podéis explicar?-dijo.
Los dos nos despertamos de golpe. Nos miramos entre nosotros.
-No es lo que parece, Ana. Aquí no ha pasado nada…-intentó explicarle Ángel.
-Ya vale, no os quiero oír a ninguno. Ángel, vete a tu habitación, Marina, tenemos que hablar.
Ángel me miró. Se levantó lentamente y salió de allí. Ana se colocó una mano en la frente.
-A ver… Estoy intentando averiguar que hacía un chico en tu habitación, durante la noche. ¿Puedes ayudarme?
-Es Ángel.
-Quien sea.
-Anoche… él no podía dormir y vino aquí. Entonces le invité a quedarse, porque tenía fiebre.
-¿Sabes? Esto ha llegado demasiado lejos. Sois dos adolescentes que viven juntos, con una niña en casa.
-Irene no se enterará de nada.
-Marina, te estoy sugiriendo…No, te estoy obligando a que cortes con él.
Dios, creo que se me quedó una cara de completo pasmo. Me estba piediendo que dejara a mi novio, a Ángel. Antes de que le pudiera responder, salió con un portazo.